Ponerle un nombre a quien no habías visto

lunes, 27 de diciembre de 2010



Ponerle un nombre a quien no habías visto
pero te llega en sueños
con todo su cansancio
y se parece a ti.

Darle un rostro, unos ojos,
oído, gusto, olfato, piel,
un cuerpo entero, en suma,
y ponerle la mano por el hombro.
Darle el agua y el pan
y enseñarle el camino
para empezar nuevamente la vida.

Con él sentir el tacto de la piedra
como una mano tibia
que te está convocando
y esperar con paciencia
a que le crezca el musgo
o una brizna de hierba.

Cerrar los ojos y apuñar la nieve
de la infancia.
O abrir mucho los ojos
y conducir el sol con un espejo
por la alta espadaña,
por los pozos más hondos.

Oler el sol, la paja, el barro, el agua
en los adobes del verano ardiente.
Morder el dulce cornezuelo.

Escuchar cómo afila tu padre
la cuchilla de la garlopa
y ahora brota la luz en las virutas.

Oler los trigos que segaste,
apretar con los dientes
la cuerda de los sacos
y oír el agua del molino
en la hogaza partida.
Oler la mano de tu madre
saliendo de la artesa.

Escuchar cómo
se diluye la noche por los nidos
y empiezan ya los pájaros.